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EL ESTADO MEGALÓMANO EN VENEZUELA

Publicado: 2017-04-17

En 1982, Jean – Francois Revel (1924-2006), publicó uno de los libros políticos más provocadores de la década de los ochenta “El Estado Megalómano”, el mismo que logró estar 15 semanas en la lista de bestsellers de L” Express. Este autor que ya había alcanzado notoriedad mundial con obras como “Ni Marx ni Jesús”, “La Tentación Totalitaria” y “La Nouvelle Censure”, y que también se desempeñó como editorialista político y director de L” Express, revolucionó el panorama europeo con la publicación de esta obra. 

Para Revel, en la Europa de la época, se habían producido dos hechos de gran significación social y económica, cuya relevancia internacional los convirtió en motivo de reflexión en todo el continente: los sucesos de Polonia y las elecciones francesas de 1981 que llevaron al poder al Partido Socialista. Sobre este segundo hecho versa “El Estado megalómano”.

Revel consideraba que los franceses no habían votado a favor del socialismo, sino en contra de Giscard, y advertía que el socialismo francés, desde el primer año de la presidencia de Francois Mitterrand, estaba llevando a cabo algo mucho más radical que un cambio de modelo económico, estaba llevando a cabo un cambio de sociedad para lo que no estaba en modo alguno autorizado.

Hago referencia a la obra de Revel ya que varios de los razonamientos críticos que expuso en contra de las políticas socialistas de Mitterrand, resultan perfectamente aplicables a lo que en Latinoamérica conocemos con el nombre de “Socialismo de Siglo XXI”, un concepto que apareció en la escena mundial en 1996, a través de Heinz Dieterich Steffan, pero que adquirió difusión mundial desde que fue pronunciado por el presidente venezolano Hugo Chávez, el 30 de enero de 2005, en el V foro Social Mundial, haciendo suya la siguiente tesis: “reforzamiento radical del poder estatal democráticamente controlado por la sociedad para avanzar el desarrollo”.

Al respecto, y luego de los últimos acontecimientos (quebrantamiento del orden constitucional, violación sistemática de derechos humanos y profunda crisis económica), considero necesario evaluar el caso venezolano, y para ello, tomaré algunas de las ideas expuestas por Revel para evidenciar el fracaso y el profundo daño que la “Revolución Bolivariana” le ha ocasionado a la democracia venezolana.

Primero, la revolución postula que un gobierno para ser considerado “de izquierda” debía hacer progresar la felicidad de los hombres. En otras palabras, un gobierno de izquierda debía lograr que en su país se viva mejor, al menos en términos materiales, haciendo la existencia más soportable, sobre todo para los más pobres.

Si ello es así, entonces la revolución fracasó: altos índices de desempleo, altos índices de inflación, altos índices de inseguridad, altos índices de escasez, altos índices de corrupción y altos índices de desigualdad, son los que registra Venezuela, luego de 18 años de revolución.

Segundo, la revolución, anticipando su incapacidad para alcanzar el paraíso que su demagogia populista ofreció a los miles de electores que la votaron, primero con Hugo Chávez, y ahora con Nicolás Maduro, señaló oportunamente a tres responsables: el enemigo interior, el enemigo exterior y el enemigo anterior.

El primero son los especuladores y la oligarquía local que se opusieron siempre al edén socialista propuesto por el chavismo. El segundo, son los norteamericanos, los agentes del imperio que desde el inicio de la revolución se opusieron a la transformación socialista. Pero el enemigo más poderoso para el sueño socialista son los gobiernos anteriores: los partidos de derecha que dejaron al país en escombros luego de saquear las arcas públicas.

Es decir, luego de 18 años –por eso busca perpetuarse en el poder- la revolución no ha sido capaz de demostrar con cifras y datos objetivos que el proyecto socialista está cerca y que Venezuela será -como lo prometió Hugo Chávez- el país más feliz de la tierra, a pesar de sus enemigos.

Tercero, la revolución considera que el gran responsable de la pobreza y la desigualdad en el mundo es el capitalismo, y que el gran pecado del capitalismo es entender al lucro como el gran motor para la generación de la riqueza. Por eso, desde sus inicios la revolución buscó retirar rápidamente la iniciativa, la decisión y la dirección de la economía a los capitalistas privados del país, para entregárselas al Estado o a entidades sociales que pertenecen al dominio del poder público.

Es decir, para la revolución la única manera de asegurar el éxito de su proyecto es colocar al poder económico bajo la tutela del poder político, algo que ha generado la estatalización de la sociedad, y por ende, el recorte peligroso –y cada vez mayor- de los espacios de libertad.

Cuarto, la revolución que prometió la liberalización de los venezolanos terminó dividiendo al país en dos grandes bloques: los venezolanos (acólitos del régimen) y los anti venezolanos (críticos del régimen). La revolución no admitió nunca críticas u opiniones contrarias. Desde un inicio, incluso a su interior, la revolución se encargó de limitar, censurar, e incluso perseguir, a quienes se atrevieron a señalar los errores del régimen. Para la revolución, la única bandera que debe flamear en Venezuela es la revolucionaria, y cualquier otra manifestación debe ser combatida por ser parte de una conspiración internacional financiada por la burguesía pro yanqui.

Es decir, la revolución censuró a las voces disidentes, imponiendo un discurso único, y para ello, se aseguró de contar con el apoyo expreso y/o tácito de todos los poderes públicos. La revolución, cuyo vocero Hugo Chávez se proclamó el mayor republicano de la historia latinoamericana después de Simón Bolívar, se encargó sistemáticamente de violar uno de los principios básicos del republicanismo: el principio de separación de poderes. Hoy, queda claro, que la revolución puso de rodillas al Poder Legislativo, Judicial, Constitucional, Electoral, y como eso no le bastó, disparó toda su artillería contra los medios de comunicación privados opositores buscando su estatalización y autocensura.

En suma, podemos afirmar, como lo advirtió Revel, que la revolución en Venezuela y el “Socialismo del Siglo XXI”, como otros socialismos, ha cumplido con las tres reglas históricas que los caracterizan: bajar el nivel de vida, incrementar las desigualdades, y violar las libertades.

Finalmente, parafraseando a Revel, es preciso evidenciar que la demagogia de la revolución logró hacer olvidar a buena parte de venezolanos, y también latinoamericanos–sobre todo a los que se auto proclaman de izquierda- dos grandes verdades históricas. Primero, que cuando el poder socialista lleva su lógica hasta el fin –es decir, cuando se aplica a la totalidad o a la mayor parte de la producción y de la distribución, quiebra los principales motores de la vida económica, ahoga la productividad, la creación, la eficacia y las fuentes de bienestar. Y segundo, que sólo las sociedades capitalistas que han alcanzado un cierto grado de desarrollo económico –gracias a un mercado libre y un Estado con instituciones sólidas- han progresado de manera sustancial en el camino de la solidaridad social, y que para ello, no es necesario violar el orden constitucional y los derechos humanos: Noruega, Australia, Suiza, Países Bajos, Nueva Zelanda, Canadá, Uruguay, Costa Rica, así lo demuestran.

• Abogado PUCP. Post Grado y estudios de Maestría en Ciencia Política y Gobierno en la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP. Es profesor de Derecho Electoral, Ciencia Política e Historia de las Ideas Políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad San Martín de Porres.


Escrito por

Rafael Rodríguez Campos

Abogado por la PUCP (Lima/Perú) Maestro en Derecho Constitucional por la UCLM (Toledo/España) Especializaciones en la UCLM y UNAM (México)


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